El tesoro del cerro de la venta
Cuentan los más ancianos que se oculta un tesoro en lo alto del Cerro de la venta, ¿Cómo encontrarlo?...nadie lo sabe. Muchos lo han intentado y ninguno ha regresado. Cuenta la historia que un aventurero, con ansias de volverse rico sin trabajar subió por las faldas de aquel cerro hasta llegar a la parte más alta. Miro en todas direcciones, por todos los rincones, examino con detenimiento cada una de las grietas, movió las grandes piedras, con la esperanza de encontrar aquel tesoro, sin embargo no encontró nada. Se tendió en el suelo exhausto y sudoroso, sucio al grado que le repugnaba su propio olor, desanimado por no haber encontrado nada bajo de nuevo al pueblo, cuando de repente una voz le pregunto -¿Buscabas algo?-. Aquella voz que le llego desde su espalda le lleno de un profundo terror, provocando que voltease y al mismo tiempo abrazara un objeto cubierto de tela que tenía al frente. Al mirar hacia adelante se dio cuenta que ese objeto era la misma persona que le había hablado segundos antes. Se soltó con gran espanto, quiso dar la media vuelta y correr, sin embargo por más que movía las piernas no conseguía avanzar. Al mirar abajo vio una persona recostada con toda naturalidad que le retenía por el saco -¿Cuál es la prisa?- pregunto el hombre. Hacia unos momentos le repugno su olor, ahora no le importaba haberse orinado los pantalones.
Lo que realmente deseaba era salir de ahí. -Basta- trono la voz -¿A qué has venido?- como no conseguía contestar el hombre le propino una serie de bofetadas -¿Te sientes mejor?- el joven dijo que si pero su expresión decía que no. Encogiéndose de hombros el hombre se proponía darle otra paliza cuando el joven grito que sí, que se sentía muchísimo mejor. -¿En qué te puedo servir?- la voz era clara y dura, pero le dio seguridad al muchacho. Antes de que pudiera responder el extraño hizo un extraño ademan de saludo, muy pasado de moda, con una larga y presuntuosa caravana -Me presento, soy Luzbel, tu más humilde siervo- el joven palideció y se preguntó si necesitaría aprender de nuevo a usar el baño. El extraño, ataviado todo de negro, con una capa de interior rojo y tocado con un sombrero de copa, sosteniendo un bastón corto, podría ofrecer una imagen cómica, pero al joven no le importaba. Ya no sabía lo que quería, tenía la boca seca y lamento no haber traído agua consigo. En un santiamén Luzbel le extendió una copa de vino y se la puso en la mano. El vino cayó al suelo junto con la copa, el joven no podía mantener firme el pulso -Mi señor, con lo caro que es el cristal cortado- dijo el diablo mientras le ofrecía agua en una taza de peltre.
El joven arqueo las cejas y miro la taza, a lo que el diablo respondió -Solo es por si acaso-. Secándose el sudor, tratando de ordenar su mente, un viento helado le recordó que estaba empapado de orines y sudor. El diablo siguiendo su mirada chasqueo los dedos y el joven se vio libre de su antigua ropa ahora ataviado con ricos vestidos. No tuvo tiempo de admirar sus nuevas ropas cuando el diablo chasqueando los dedos apareció una mesa donde se encontraban muchos planos del cerro. -Mi señor, se lo que buscáis, y si seguís mis instrucciones al pie de la letra, seréis dueño de todos los tesoros que deseéis-El joven se froto las manos con avaricia. Luego de haber terminado su explicación, el diablo desapareció sin dejar rastro.
El muchacho quito unas piedras según lo que le habían dicho y pronto resbalo, encontrándose en una caverna con las más finas riquezas. Tan embelesado estaba que su pie tropezó con una piedra que impulsada por el movimiento golpeo algunas monedas de oro acumuladas en el suelo.
El diablo apareció de nuevo y le dijo -Mi señor, creo haber olvidado deciros que si tocabais algo del tesoro quedaríais enterrado junto con el- Al joven se le abrieron los ojos y comenzó a comprender. Con la mirada más fría que pudo el joven le ordeno al diablo que lo llevara a la superficie, -Pero mi señor, si dejáis el tesoro podría desaparecer, ya sabe que hay tanto ladronzuelo suelto- a lo que el joven respondió -Yo estoy suelto, no he tocado tu tesoro y no te pertenezco- Diciendo esto puso pies en polvorosa y llego corriendo hasta el pueblo sin importarle la cara de asombro que todos ponían al verlo pasar tan deprisa. Él pensó por momentos que se admiraban al ver lo finas que eran sus ropas. Hasta que estuvo en casa comprendió. Necesitaba un buen baño pues apestaba a cien mil diablos.