El chan de la cañada
Es bien sabido que entre los antiguos y verdes campos del pueblo de La Cañada, la abundancia de manantiales y ojos de agua se veían por doquier, despidiendo corrientes acuáticas de tibios y cristalinos ríos que la gente nativa y visitante aprovechaban para bañarse, o simplemente chapotear para refrescarse.
En algunas ocasiones, se escuchaba el rumor de que nadando en el interior de estas aguas se apreciaba un gracioso pez de muchos y muy brillantes colores, al que le nombraban "El Chan".
Cuenta la leyenda que es un ser divino que vive en los ríos del subsuelo, vigilando la conducta del hombre para que haga buen uso del agua que brota hacia el exterior.
Se dice también que tierra adentro tiene el aspecto de un gusano y al darse cuenta de que alguien abusa de los afluentes, se convierte en el pez de buen tamaño que despide sus destellos multicolores para ahuyentar a sus pretensiosos cazadores.
Si es preciso pisar tierra firme para comprobar a escondidas el desperdicio del agua, se transforma en una criatura de escamas con forma humanoide para poder caminar a donde desea.
Una vez que regresa a su lugar de origen, castiga a la victima cerrándole el paso de la corriente que alimenta el río, ojo de agua, ciénega o manantial que brota en su propiedad.
Desde aquellos tiempos, como hasta ahora, aquel que haya sufrido la justicia divina de "El Chan", deberá mostrar autentico arrepentimiento por su mala acción en una fiesta que se celebrará alrededor del venero seco y en honor a esta mítica criatura, donde se tocará música de huapango y las mujeres depositarán sus peinetas a manera de ofrenda, seguidas de los hombres que le entregarán sus pañuelos.
Solo así decidirá si concede otra vez el privilegio de que el agua, liquido vital de los mortales hombres, regrese al cause donde antes brotaba.
Por último, aseguran algunos vecinos de este pueblo, que no se recomienda molestar o vengarse de "El Chan", al momento encontrarse con su misteriosa presencia, puesto que ahorca a los agresores y curiosos que quieran tocarle, dejando en el cuello del difunto escamas de diversos colores y el rastro de un remolino que arranca piedras y hierbas en el lugar.